miércoles, 7 de septiembre de 2016

Mujer brava... pero santa, al fin


Tanto la Iglesia católica como la ortodoxa poseen un rígido mecanismo para declarar la santidad de una persona a través del proceso de canonización. Se supone que es necesario que el candidato haya tenido una vida llena de virtudes cristianas en grado heroico, o que haya sufrido martirio a causa de la fe. Estos requisitos hacen que la santidad esté reservada a un determinado tipo de perfil bastante cerrado. Pero a lo largo de la historia de la Iglesia no es difícil encontrar procesos de canonización basados más en cuestiones políticas que religiosas. 

Solo así es posible explicar casos como el de santa Olga de Kiev, que no ha pasado a la historia precisamente por su vida virtuosa y ejemplar.

Santa Olga de Kiev (en ruso y ucraniano Ольга, nórdico antiguo: Helga, m. Kiev, 11 de julio de 969) fue una mujer de Pskov de origen varego que casó con el futuro Ígor de Kiev, posiblemente en 903.

Tras la muerte de Ígor gobernó la Rus de Kiev como regente (945-969) de su hijo Sviatoslav I de Kiev

Fue la primera soberana de los rusos en convertirse al cristianismo ortodoxo (en 945 o en 957) Las ceremonias para su recepción formal en Constantinopla aparecen descritas minuciosamente por el emperador Constantino VII en su obra De Ceremoniis. Tras su bautismo, tomó el nombre cristiano de Yelena, en honor de la emperatriz reinante Elena Lecapena.

Olga fue la primera persona del pueblo rus en ser proclamada santa gracias a sus esfuerzos por la propagación del cristianismo en su país. No logró sin embargo convertir a su hijo Sviatoslav I, por lo que la tarea de hacer del cristianismo la religión de estado recién la cumpliría su nieto y pupilo San Vladimiro I de Kiev.


La princesa Olga fue la esposa del monarca Igor de Kiev, hombre que resultó asesinado por los drevlianos. Al momento de la muerte de su esposo, su hijo Sviatoslav tenía tres años, convirtiendo a Olga en regente del Rus de Kiev hasta que su hijo alcanzara la adultez. Los drevlianos querían que Olga contrajera un segundo matrimonio con el príncipe Mal, para convertirlo así en el soberano del Rus de Kiev, pero Olga estaba determinada a mantenerse en el poder y preservarlo para su hijo.

La tribu envió a veinte de sus mejores hombres para persuadir a Olga decasarse con su príncipe Mal y cederle su mando del Rus de Kiev. Pero la dulce Olga ordenó enterrarlos vivos. 

Envió un mensaje al príncipe Mal diciendo que ella había aceptado la propuesta, pero que necesitaba a los hombres más distinguidos y nobles entre los drevilianos para acompañarla en el viaje a consumar la oferta de matrimonio. Se le enviaron a los mejores hombres que regían su tierra, y a su llegada a Kiev se les ofreció una cálida bienvenida y una invitación a bañarse después de su largo viaje en una casa de vapores. Después que los notables entraron, la reina ordenó cerrar las puertas y prendió fuego al edificio, quemándolos vivos. 

Con los mejores y más sabios hombres fuera del camino, Olga planeó destruir a los drevlianos restantes. Ni corta ni perezosa, los invitó a una fiesta funeraria para que pudieran homenajear la tumba de su marido, donde sus sirvientes esperaron, armados y ocultos. Cuando los soldados estuvieron ebrios por tanto brindis a la salud del finado, los soldados de Olga los mataron a todos, que de acuerdo a las crónicas se contabiliza a más de cinco mil. Ella, entretanto, regresó a Kiev y preparó un ejército para atacar a los sobrevivientes en su propio territorio. 

Los drevilianos le pidieron clemencia y ofrecieron pagar por su libertad con miel y pieles. Ella pidió en cambio tres palomas y tres gorriones de cada casa, ya que -decía- no quería ser una carga para los aldeanos después del asedio. Los sobrevivientes quedaron encantados con la bondad de la princesa Olga, dispuestos a cumplir con una petición tan razonable.

Olga dio a cada soldado de su ejército una paloma y un gorrión, y les ordenó que se adjuntara un hilo por cada paloma y gorrión con un trozo de azufre, unido con pequeños trozos de tela. Al caer la tarde, ordenó a sus soldados que liberan todas las palomas y los gorriones recibidos y preparados con las mechas. Así que los pájaros volaron a sus nidos: las palomas a los cotes y los gorriones a guarecerse debajo de los aleros. Los palomares, las cooperativas, los porches, y los heniles se prendieron fuego. No había una casa que no se consumiera, y las llamas eran imposibles de extinguir ya que todas las construcciones de madera fueron atrapadas en el fuego a la vez. Las personas que pudieron, huyeron de la ciudad, y la magnánima Olga ordenó a sus huestes su captura. 

Así que tomó la ciudad, la quemó por completo y capturó a los ancianos, mujeres y niños que se refugiaban en el fortín. Algunos de los cautivos, los inútiles, fueron asesinados; mientras que otros se dieron como esclavos a sus seguidores. 

El remanente, unas pocas familias que moraban en los campos de labranza, lo dejó vivo para quye pudieran pagar un tributo anual.

Hasta aquí podríamos tener la típica historia llena de violencia y venganzas de un dirigente del siglo X. Sin embargo ¿cómo es posible que un personaje con esta trayectoria tan poco ejemplar haya sido canonizado? 

En realidad la explicación es sencilla. Antes de que Olga llegara al poder, la Rus de Kiev era una sociedad pagana, pero en algún momento entre 945 y 957 la reina se bautizó convirtiéndose al cristianismo ortodoxo. Aunque Olga no consiguió convertir a su hijo, sí lo haría con su nieto y pupilo, San Vladimiro I, que acabaría declarando el cristianismo como religión oficial en la década del 980.

De este modo y pese a la crueldad que Olga había mostrado con los drevlianos, fue canonizada en 1547 como premio por convertir la Rus de Kiev en una nación cristiana.



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