Si se lee con
atención las dos partes de la novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha , de Cervantes, se
reparará en que en toda la novela el protagonista sólo se lava… tres veces.
La primera vez
ocurre cuando don Quijote llega a casa del Caballero del Verde Gabán.
Introducido en una sala, su criado Sancho Panza lo desarma y antes de ponerse
un vestido limpio «con cinco calderos o seis de agua, se lavó la cabeza y
rostro» y tan sucio iba, que «se quedó el agua de color de suero», anota
Cervantes. Más adelante don Quijote llega al palacio de los duques y allí,
antes de comer, le enjuagan la barba con el aguamanil y con «jabón napolitano»,
propiciando las burlas de las criadas. Por último, el hidalgo manchego después
de ser vapuleado por un rebaño de toros y vacas, a los que había desafiado en
un cruce de caminos como si fueran caballeros andantes, encontró «una fuente
clara y limpia» y allí «se enjuagó la boca y lavóse el rostro».
El
protagonista de Cervantes, pues, se lava muy raramente… y sólo la cara y los
brazos: nada de bañarse todo el cuerpo, salvo por accidente, como le ocurrió en
dos ocasiones. En la aventura de los pellejos de vino a los que don Quijote se
puso a acuchillar de noche creyendo que eran gigantes hasta que el barbero
trajo «un gran caldero de agua fría del pozo y se lo echó por todo el cuerpo de
golpe» despertándolo de su funambulismo; y al caerse al agua, cuando la
embarcación que lo transportaba zozobró en el Ebro. Lo mismo sucede con Sancho
Panza, pues aparte del percance que sufrió junto con su amo en el Ebro tan sólo
se dice que una vez, al terminar la pelea que tuvo en la ínsula Barataria, los
que estaban con él «lo limpiaron».
De todo ello
se deduce que cuando nuestros protagonistas andaban por los caminos
polvorientos y soleados de la
Mancha , iban muy sudorosos y cubiertos de roña. Cervantes lo
señala al explicar que en una ocasión en que don Quijote se quedó «en camisa»
dejando a la vista los muslos, se podía ver que «las piernas eran muy flacas y
largas, llenas de vello y nada limpias».
En otro pasaje
se dice que don Quijote quedó «todo bisunto [sucio] con la mugre de las armas».
Pero las mujeres presentadas en la novela tampoco eran un dechado de limpieza.
De Maritornes -la ventera asturiana- Cervantes dice que era sucia y desaliñada.
De la campesina que Sancho identificaba con Dulcinea el autor comenta que
despedía un olor hombruno debido a que «con el mucho ejercicio, estaba sudada y
algo correosa». La única que sale bien parada es la bella Dorotea, «que se
lavaba los pies en el arroyo que por allí corría y al acabar de lavar los
hermosos pies, con un paño de tocar que sacó debajo de la montera se los
limpió».
Don Quijote,
Sancho Panza y los demás personajes de la novela están pues muy alejados de los
parámetros actuales de higiene personal. Pero desde luego, no eran ninguna
excepción. Las condiciones de vida en la España de los siglos XVI y XVII dejaban mucho que
desear en ese aspecto. Por ejemplo, en la novela de Cervantes vemos que todas
las ventas, posadas o moradas a las que acudían ambos protagonistas a
avituallarse o simplemente a descansar, estaban sucias e infestadas de pulgas,
piojos y chinches. De estos insectos se habla mucho en el Quijote, como por
ejemplo cuando el hidalgo dice a su criado: «Sabrás, Sancho, que los españoles,
y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales, una de las
señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he
dicho es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos sin que
les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, aún si le pesan a oro».
El desaseo
imperante se explica también por determinadas concepciones médicas que predominaban
en los siglos XVI y XVII. En esa época el pensamiento médico vigente era el
llamado «hipocratismo galenizado», una síntesis de las teorías de los médicos
de la antigüedad Hipócrates y Galeno, a la que se añadían elementos
mágico-religiosos. Según esta teoría las enfermedades eran resultado de los
desequilibrios entre los cuatro humores que componían el cuerpo humano: la
sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra. Las causas del
desequilibrio procedían del exterior, por ejemplo de una comida o bebida que
resultaba demasiado «caliente» o demasiado «húmeda». En el Quijote, Cervantes
introduce un personaje llamado Pedro Recio, un médico local y doctor por una
universidad de segunda clase, que se pone a dar consejos a Sancho Panza cuando
éste es gobernador de la ínsula Barataria sobre lo que conviene o no comer.
Dice el médico: «Mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente
húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser
demasiadamente caliente y tener muchas especias que acrecientan la sed, y el
que mucho bebe mata y consume el húmedo radical donde consiste la vida».
Otra supuesta
causa del desequilibrio de los humores era “el aire”, y esto explica en parte
la mala higiene personal. En esta época se pensaba que el agua -especialmente
si estaba caliente- dilataba los poros, momento que aprovechaban los «miasmas» o
aires malsanos para entrar en el organismo y alterar el equilibrio de los
humores. Por eso cuanto menos se lavase una persona, menos opciones tendría de
enfermarse. Ante esta situación, la gente se limpiaba el cuerpo en seco, con la
única excepción de manos, cara y cuello, es decir las partes visibles. Hay que
señalar empero que no faltaban motivos para temer el contagio. Justo cuando se
publicaba la primera parte del Quijote en 1605, España estaba aún inmersa en la
epidemia de «peste atlántica» que acabó con la vida de 600.000 personas. Pero
la falta de limpieza no impedía que la gente se preocupara mucho por su
apariencia exterior. Los más pudientes se cambiaban con frecuencia de vestidos
y mantenían especial pulcritud en la camisa, cuellos y puños… siempre de color
blanco.
Para disimular
los olores corporales existían perfumes y afeites como el «agua de ángeles»;
cuando don Quijote llegó al palacio de los duques vio cómo los criados vertían
sobre él «pomos de aguas olorosas». La gente sencilla, sin embargo, no podía
permitirse ese lujo. En otro pasaje don Quijote soñaba con entrar en un
suntuoso palacio o castillo, «donde le harán desnudar como su madre le parió y
bañarán con templadas aguas, y untaránle todo con olorosos ungüentos,
vistiéndole con una camisa de cendal delgadísima, toda olorosa y perfumada».
También
existían reglas de decoro personal, de las que Cervantes se hace eco en su
novela. Por ejemplo, cuando Sancho Panza fue nombrado gobernador de su ínsula,
don Quijote le recomendaba: «Lo primero que te encargo es que seas limpio y que
te cortes las uñas, sin dejarlas crecer como algunos hacen, a quien su
ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos:
como si aquel excremento o añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo
antes garras de cernícalo lagartijero, puerco y extraordinario abuso». También
le sugiere «no mascar a dos carrillos ni de eructar delante de nadie».
Sucios tal
vez, pero sin perder las formas.
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