miércoles, 31 de agosto de 2016

Sutil, sabio y justo

La historia china guarda noticias de Di Ren-jie (c.630 - c.700), quien ocupara puestos de alto funcionario y juez durante la dinastía Tang (618-907) La dinastía Tang es como si dijéramos nuestro occidental Renacimiento, pero a lo bestia en todo: en la pintura, en la Filosofía, en la organización de los regadíos y del Estado… 

La fama de Di como estadista, filósofo, administrador y magistrado se mantuvo viva a lo largo de los siglos; sabemos que durante el período Ming (1368–1644) circularon unas novelillas con este funcionario como protagonista; el siglo XVIII reúne un volumen de mucha mayor calidad titulado Los casos del juez Di, en el que el magistrado revela varios misterios en los que concurren asesinos, ladrones, demonios y fantasmas.

Occidente conoció al juez Di gracias a Robert van Gulik (1910–1967) un diplomático, musicólogo, escritor, sinólogo y un sinfín de virtudes singulares más. El azar -aunque yo no creo en el azar- hizo que van Gulik se topara con un ejemplar de Los casos del juez Di en una librería polvorienta de Tokio muy poco antes de que el Japón invadiera la nación antiguamente llamada Birmania. Como primera provisión, y seguramente a causa del impacto que le produjo, tradujo y publicó el ejemplar (ya pasada la contingencia de la guerra) pero posteriormente se le ocurrió inventar y publicar otras historias del juez Di, bajo la condición de permitirse las libertades precisas para la invención de la trama (es decir, los crímenes y el desarrollo de la investigación); pero en todo lo demás guardaba fidelidad –como de novia antigua- al juez Di histórico. Esa fidelidad comprendía los detalles biográficos, estéticos, y, sobre todo, su universo filosófico y moral. 

Van Gulik quiso siempre que bajo sus novelas aparentemente triviales, latiera el pulso firme del confucianismo que practicara con tanto escrúpulo y provecho el Di Ren-jie de carne y hueso. Dicho de otro modo, Van Gulik recreó con sentido poético y sensibilidad filosófica las historias del juez Di para su propio gozo y el nuestro.

De nuevo el azar -en el que sigo sin creer- ha permitido conocer estas obras a los lectores hispanos de la mano de la Ediciones Edhasa y del traductor David León Gómez. No son en absoluto una novedad editorial: El Misterio del Pabellón Rojo, que cierra la serie, aparece en 2005. 

Si me permito rescatar estas referencias del olvido es porque se trata de literatura popular en grado mayor, porque las aventuras del juez Di son delicias literarias: elegantes, risueñas, eróticas (un erotismo suave, alimentado de sombras, de olores, o como mucho de pies diminutos, como flores de loto), misteriosas, emotivas, exóticas, enigmáticas, eruditas… y en su conjunto (porque sin duda hay que leer todas), constituyen un buen manual para introducirse en esa ética ceremoniosa, antigua y sólida que ha permitido a China mantenerse ahí, contra el viento de la Historia, ayer, hoy y siempre.

El juez Di es un hombre muy humilde en lo personal, pero no consiente la menor falta de respeto hacia su rango. 

Su condición de funcionario magistrado la ha adquirido tras superar una serie de exámenes de elevadísima exigencia en los que tuvo que demostrar su alto conocimiento de Caligrafía, Poesía, Legislación y  Jurisprudencia; Geografía, Historia de los Siete Reinos, y aún la Cronología de la Dinastía del Hijo del Dragón. 

El magistrado Di no debe su cargo a nadie, ni humano ni divino: su rango y su poder derivan de su conocimiento, de sus méritos y de su capacidad, y no deja de recordar esto a todos cuantos se inclinan ante su estrado. No da jamás tregua a los criminales, para que los espíritus de las víctimas puedan encontrar reposo. 

El juez Di guerrea infatigablemente contra el crimen para que la paz reine en el Imperio. El juez Di busca a los asesinos para que no los tenga que encontrar el pueblo. El juez Di castiga con mano firme a los culpables, para que los súbditos puedan ser misericordiosos.

Les invito a ustedes a conocer las novelas de Robert van Gulik que tienen como protagonista al juez Di -de quien es la justicia y la venganza- para que el perdón, la comprensión y el placer de la lectura sean nuestros, como infatigables lectores de buenos policiales.

Mi preferida es El monasterio encantado, aunque La perla del emperador resulte un díptico perfecto.




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